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"Toda nuestra vida ha sido una cuarentena"

  • Foto del escritor: Narcisa Sinche
    Narcisa Sinche
  • 6 jun 2020
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 30 jun 2020

Ya se ha dicho casi todo sobre la pandemia y casi nada ha evitado que sintamos angustia, estrés o depresión. Tan abstraídos nos tiene la Covid-19 que olvidamos que existen personas que han logrado sobrevivir al aislamiento eterno con amor y coraje. Como las lojanas Ana Cristina y Gabriela Feijoó Paladines, quienes toda su vida han estado en una silla de ruedas, a causa de una hipoxia neonatal (falta de oxígeno al cerebro al momento de nacer), lo que les provocó una parálisis cerebral severa, que les afectó solamente la parte física. Desde muy pequeñas se acostumbraron al confinamiento y a imaginar el mundo entero dentro de casa, pero lejos de concebirlo como un encierro, lo que su experiencia revela es la conquista de la verdadera libertad y una fe inquebrantable. Aquí su historia.


Texto, fotos y video: Narcisa Sinche M.

Cuando niñas, su madre Esther Paladines con gran ingenio convirtió todos los espacios de la casa en aulas de clase, donde por medio de libros, cantos y juegos aprendieron a leer, escribir, resolver operaciones matemáticas y a nunca darse por vencidas. Tuvieron que acoplarse a esa modalidad de estudio porque en Loja- ciudad del sur del Ecuador- varias instituciones escolares les negaron ayuda. En una de ellas, las condicionaron a asistir a clases todos los días. En otra escuela les dieron la opción de ir tres días a la semana, pero la matrícula costaba 500 mil sucres por cada una. Un monto que en ese entonces - los años 90- no podían cubrir porque la crisis económica golpeaba duramente a las familias ecuatorianas.

Cuando todo parecía perdido, la directora de la escuela Julio María Matovelle con el apoyo de la Dirección de Educación de Loja concedieron el aval para que Esther, profesional en Ciencias de la Educación, siguiendo el programa de estudio respectivo, se hiciera cargo del proceso de enseñanza- aprendizaje de las niñas desde casa.

El colegio lo cursaron a distancia en la Unidad Educativa “Hermano Ángel Pastrana”, donde recibían tutorías presenciales todos los sábados, durante seis horas. Desde las 05:00, su madre estaba en pie para prepararles el desayuno y el lonche que llevarían al colegio. Luego venía la parte más difícil: cambiarlas y colocarlas en la silla de ruedas. De la movilización hacia el colegio y luego hacia la casa se encargaba su hermano mayor, David, o su padre Edgar Feijoó. Fue así durante seis años, y aunque esa etapa estuvo repleta de esfuerzo y habituales desvelos, para Ana Cristina y Gabriela todo valió la pena ya que, entre 1.300 estudiantes, alcanzaron el reconocimiento a la excelencia académica y fueron proclamadas como Abandera y Escolta del Pabellón Nacional, respectivamente.

Si hablamos de planes más arriesgados, y después de sortear algunos obstáculos, Esther logró matricularse con sus hijas en la Universidad Nacional de Loja para estudiar la carrera de Derecho en la modalidad a distancia. Las tres exploraron el mundo de la investigación universitaria y aceptaron el desafío de adaptarse al Internet como principal herramienta pedagógica. Fueron diez módulos de estudio y finalmente en 2017 se graduaron con las máximas calificaciones como Abogadas de la República del Ecuador.

Durante casi dos años, trabajaron como asesoras legales para una empresa privada, donde adquirieron experiencia y conocimientos, pero el contrato terminó como muchos otros en un país donde no existe estabilidad laboral y que obliga a las empresas a cumplir con el 25% de inclusión laboral para las personas con discapacidad. Es el mismo país en el que llevan seis meses desempleadas.

Condicionadas a una especie de aislamiento hogareño, Ana Cristina de 28 años y Gabriela de 30, desarrollaron una asombrosa capacidad de supervivencia afianzada en la fe y en los enternecedores recuerdos de una infancia con sabor a algodón de azúcar. Cuando eran niñas, su madre alquilaba un taxi y las llevaba a su lugar favorito: el parque Jipiro, donde les fascinaba acostarse boca arriba para contemplar el cielo despejado; alimentar a los patitos de la laguna y reír con los chistes de los payasos y teatreros callejeros.

Otro episodio importante de su niñez era ir a la Iglesia los domingos. Podían hacerlo porque las dos cabían en la misma silla de ruedas y cuando terminaba la misa su madre les compraba algodones de azúcar. En Navidad, solían visitar uno de los centros comerciales de la ciudad para ver el árbol y las luces de colores. Y cuando no era Navidad les gustaba vitrinear y tomar helados.

Son amantes de la naturaleza, por lo que, en su antigua casa, tenían un pequeño jardín, con frente a la calle, en el que sembraban flores fucsias llamadas “pena pena”, eran sus favoritas. Y la mejor época para las travesuras y ocurrencias era carnaval, cuando tomaban una manguera y mojaban a los chicos y chicas desde el balcón. No lograron compartir muchos de estos momentos con su padre porque trabajaba como transportista en un tráiler y pasaba largas semanas fuera de casa.

Las tres reviven sus mejores memorias con humor, sin lamentos o autocompasión. Quizás aprendieron que el paso inexorable del tiempo está hecho de nostalgias que le pertenecen a un pasado que debe hacerle espacio a la esperanza y al ahora.


“Bendita cuarentena”

Antes de que rija la orden de aislamiento en Ecuador para evitar el contagio por coronavirus- emitida el 17 de marzo de 2020- para Esther resultaba toda una odisea hacer las compras en mercados o centros comerciales porque su artrosis a la columna le provoca fuertes dolores cuando está mucho tiempo de pie, pero ahora con tan solo un mensaje de Whatsapp, le entregan los víveres básicos en la puerta de su casa.

Esther recibe los víveres a domicilio.

Cuando se les antojaba comer alguna golosina no podían hacerlo porque algunos locales de comida no ofrecían el servicio a domicilio, “ahora el restaurante viene a mi casa”, dice Esther con una extraña sensación de triunfo.

Reconoce que la tecnología y las redes sociales han aportado significativamente para simplificar la vida en dimensiones antes no pensadas. Es miembro de varios grupos en Facebook y Whatsapp donde diariamente recibe ofertas de alimentos y servicios para escoger.

- Bendita cuarentena porque ha hecho más sencilla la forma de acceder a ciertos servicios básicos como alimentos o medicina. Antes era muy difícil conseguirlos sin salir de casa-, dice Esther.

Hasta hace poco, Zoom (plataforma online de videoconferencia) era una aplicación desconocida para las tres. Ahora mantienen reuniones virtuales con sus parientes más cercanos, de forma periódica. De hecho, casi todos los días conversan con David, el hijo mayor de Esther, que migró a Estados Unidos para buscar la forma de sustentar económicamente a la familia, ya que hace cinco años el esposo de Esther sufrió un derrame cerebral que lo obligó a abandonar su trabajo. Aunque continúa con tratamiento médico, su esposa se encarga de atenderlo y cuidarlo todo el tiempo.

Esther dice que también han experimentado grandes cambios espirituales. Cuenta que antes de la pandemia escuchaban misa por radio, solo una vez a la semana. Ahora, “tenemos para escoger”, dice refiriéndose a la amplia gama de opciones que les ofrece Youtube o Facebook para ver las eucaristías o rezar el rosario.


Esther y sus hijas tienen la costumbre de rezar el rosario todos los días.

Ana Cristina, Gabriela y Esther creen que todo tiene su razón de ser y que la pandemia apareció en un momento en el que las tecnologías pueden pasar de ser armas de destrucción masiva a mediadoras de los procesos sociales.

- ¿Cómo sería nuestra vida si el virus nos hubiese atacado hace 20 años, en una época donde no existía la tecnología para comunicarnos?- cuestionan.
Ana Cristina es amante de la tecnología.

De hecho, desearían aprovechar todo ese despliegue tecnológico no desde un celular, sino desde una computadora, ya que únicamente con la ayuda de un ordenador Ana y Gabriela tenían la posibilidad de mover sus dedos para escribir. En esta parte se tornan nostálgicas y tristes porque hace dos meses fueron víctimas de la delincuencia. Los desalmados malhechores, conociendo la situación familiar, entraron a la casa y se llevaron dos computadoras. Lo que para nosotros puede tratarse de simples objetos materiales, para ellas representan años de trabajo intelectual que se perdieron en un abrir y cerrar de ojos. En los ordenadores había 37 cuentos escritos por Gabriela, investigaciones de Ana Cristina, libros digitales, reflexiones, videos, fotografías, pistas musicales y tres libros que Esther estaba escribiendo con la esperanza de verlos publicados algún día. No disponer de un computador ha influido drásticamente en su vida cotidiana porque perdieron su principal herramienta de trabajo y su mejor aliada en momentos de inspiración y arte.

- Antes de la pandemia había planes para comprar una nueva computadora, pero ahora hay otras necesidades que cubrir. Cuando encontremos trabajo pensaremos en adquirirla -, dice Esther.

Libres a pesar del confinamiento eterno

“Toda nuestra vida ha sido una cuarentena”, dice Ana Cristina con imperturbable sinceridad para explicar que el distanciamiento físico y los interminables toques de queda les han servido para repensar y reinventar el mundo a través de grandes dosis de amor, humor y fe. Mientras Esther riega las plantas, prepara la comida o teje diferentes obras de arte como aretes y otros accesorios, Ana Cristina toca el piano y Gabriela crea cuentos en su mente. Como no todo puede ser felicidad, cuando perciben que su madre está triste juegan a las cartas o colocan música en el celular: desde bomba hasta salsa. Y existe un tema en particular que a todas les levanta el ánimo: “Son al Rey” de Juan Luis Guerra.

Ana Cristina toca el piano desde los 12 años de edad.
Durante un juego de cartas en el patio de su casa.

Cantar el salmo 91 en la cocina, en la sala o en el baño se ha convertido en el ritual de todos los días. Mientras converso con ellas por Whatsapp, Esther la entona y sus hijas hacen el coro. Luego escucho las carcajadas cómplices de Ana Cristina y Gabriela, quienes aseguran que su madre olvidó la letra. Y cuando retomo la entrevista compruebo que la fe es el mejor aliciente en tiempos difíciles.

- Si mucha gente cae en la desesperación durante la cuarenta es porque ahora mismo se enfrenta a su verdadero yo. El encierro físico revela el encierro espiritual-, dice Ana Cristina quien a la vez reflexiona sobre la necesidad de que las personas vuelvan a Dios y empiecen desde cero. “Siempre es bueno y saludable”, expresa.

Ana Cristina refiere que los seres humanos hemos descubierto lo vulnerables que somos y lo efímera que es la vida, tanto así, que esta situación ayudó a entender el valor de la naturaleza, así como la valía del médico, el policía, el recogedor de basura o el migrante. Y Esther añade que sin pandemia las personas, muy difícilmente, hubiesen comprendido que ni la posición social o la belleza nos salvan del virus. “Hay que ser conscientes que, con o sin pandemia, todos vamos a morir. Ese es nuestro destino, lo que nos queda es aprender a vivir en medio del caos”, expresa.

Gabriela es más enfática y dice que la lección que nos deja el confinamiento es saber esperar, con fe, tiempos mejores; sin dejar de lado la empatía y la ayuda que les debemos a quienes atraviesan situaciones difíciles. “Si esta cuarentena sirve para humanizar a la sociedad y acrecentar la espiritualidad de las personas, que vengan las cuarentenas que sean necesarias”, afirma.

A las personas que sienten miedo por la pandemia, Esther les dice que no teman, “porque si tienen a Dios y se acogen a Él con humildad y fe toda prueba puede ser superada. Nosotras somos el testimonio de que nuestra vida ha girado en torno a Dios y la gloria solamente a Él, porque el hombre sin Dios es nada”, enfatiza.

Gabriela y Ana Cristina consideran que las únicas barreras son las mentales.

A pesar del confinamiento eterno, Ana Cristina, Gabriela y Esther se sienten libres de corazón y de alma porque consideran que la verdadera prisión es la de la mente. Aquella esclavitud mental que condena a las personas a la frustración, al enojo, a la duda o a la negación constante.

Y así fue cómo terminó nuestra conversación a la una de la mañana, entre reflexiones, risas y agradecimientos. Nos despedimos con un hasta pronto, porque acordamos en que iría a su casa para fotografiarlas. Y aunque se trató de una visita bastante rápida, dadas las restricciones de movilidad en la ciudad, fue suficiente para comprobar que la resiliencia es lo que verdaderamente las define.

Nosotros que nos sentimos abatidos por el conflicto de emociones que representa el mundo exterior, quizás no alcanzamos a dimensionar los poderes curativos que tienen el amor y la fe en la vida de estas tres valientes mujeres. Mientras nosotros nos afligimos porque no sabemos cuándo volveremos al gimnasio, al cine o a la peluquería; Ana Cristina y Gabriela solo ansían recostarse alguna vez sobre el césped del parque para contemplar el cielo sereno, radiante e infinito que representa el verdadero hogar que siempre han conocido.

Ana Cristina ayuda a su hermana a tomar la medicina para evitar que tenga convulsiones.

El tejido de diferentes obras de arte se ha convertido en la terapia diaria de Esther.


La Yapa

 
 
 

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