Memorias de la pandemia en Loja: entre banderas rojas y esperanza
- Narcisa Sinche
- 6 jun 2020
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 20 jul 2020
Han transcurrido cuatro meses desde que en Ecuador se declaró la cuarentena obligatoria para evitar los contagios por Covid-19. Y durante los primeros meses de aislamiento, muchas familias empobrecidas de Loja colocaron banderas rojas en sus casas como señal de auxilio para afrontar la escasez y la necesidad humana. En varios recorridos realizados hace un mes y medio, observamos banderas por todas partes. Ondeaban, con impaciente desespero, en las fachadas de las casas de madera y zinc de los barrios Tejar de Jericó, Tierras Coloradas, Menfis Central e Isidro Ayora. Esas banderas rojas son símbolos que en pleno siglo XXI evocan un problema que se niega a desaparecer y que ya existía antes de la pandemia: la desigualdad social.

A lo largo del tiempo, las banderas rojas han tenido distintos usos y significados. Fue la insignia del movimiento obrero y los partidos socialistas durante la Revolución Francesa. En 1861, en Gran Bretaña, se expidió la Ley de la Bandera Roja que prohibía a los automóviles circular con exceso de velocidad. Para asegurar el cumplimiento de esta orden debían ir precedidos de un peatón que agitase una bandera roja.
Si escarbamos en la historia ecuatoriana encontraremos que, en 1794, el escritor y periodista Eugenio de Santa Cruz y Espejo fue acusado de haber colocado banderas rojas en las siete cruces del centro histórico de Quito como señal de protesta contra la corona española, en ellas se leía la siguiente inscripción: “Seamos libres, consigamos felicidad y gloria”.
Actualmente es muy común ver banderas rojas durante marchas, protestas y manifestaciones sociales. En unos casos, son señales que advierten amenaza o peligro, pero en tiempos de pandemia se convierten en el grito de auxilio de cientos de familias empobrecidas que pasan hambre, necesidad y abandono. En Loja, al sur del Ecuador, caseríos enteros llevaban esta insignia para hacernos saber que allí existen niños, adultos y ancianos esperando tener una vida digna, en una ciudad donde el 11,7% de la población vive con menos de 2.82 dólares al día.
Tejar de Jericó: el hogar de los sin techo
Este barrio, ubicado al sur oriente de Loja, ha sido considerado por décadas como una invasión en la que viven apiladas 32 familias de escasos recursos en casas de madera y zinc o, en el mejor de los casos, en viviendas rústicas de ladrillo. Cada familia tiene entre ocho a 10 integrantes, es decir, cerca de 300 personas habitan el sector.
A unos 700 metros del lugar se observa una bandera roja, una gran bandera roja que flamea desde lo alto de una explanada, donde en diciembre de 2019, se improvisó un refugio para nueve familias que perdieron sus casas a causa de un incendio que cobró la vida de una dirigente barrial.

Tejar de Jericó paradójicamente es una especie de campiña abandonada. Hay grandes árboles de eucalipto y exuberante vegetación, pero no los suficientes servicios básicos. Cuando llueve, la vía de acceso, que es de lastre, se convierte en un lodazal, impidiendo la movilidad de personas o vehículos. Parece increíble que, en este sector que está a 10 minutos del centro, no exista agua potable, alcantarillado y energía eléctrica para todos. Solo el 15% de los habitantes disponen de estos servicios, mientras que el 85% tiene posos sépticos y consume agua entubada, lo que ha provocado que adquieran serios problemas de salud como la amebiasis. Además, la mayoría accede a la energía eléctrica de manera arbitraria, a través de las redes de alta tensión.
Allí la gente agudiza el ingenio para sobrevivir. Ese es el precio que tienen que pagar por no poder solucionar la legalización de sus terrenos, o por creer que otros lo solucionarían. En el barrio solo el 40% de las familias tiene títulos de propiedad y paga impuestos al Municipio de Loja, mientras que el 60% no cuenta con ningún documento de posesión de tierras, así lo menciona Patricio López, habitante del sector. Es una gran mayoría que acepta vivir "ilegalmente" aunque las condiciones sean precarias, aunque siempre crean que eso cambiará con las promesas de campaña electoral.
Tejar de Jericó es un lugar lleno de contrastes. Frente a esas 32 familias empobrecidas viven varias personas acaudaladas en una de las ciudadelas más "peluconas" de Loja. Allí los ricos comparten el paisaje urbano con quienes se sublevaron y se negaron a ser desalojados por un exalcalde que le tiene fobia a la pobreza.
Desempleo
Si antes de la pandemia, para estas personas era difícil ganarse la vida, ahora subsistir se ha convertido en un juego de azar. La mayoría de hombres se dedicaban a trabajos de la construcción o albañilería; y las mujeres trabajaban como empleadas domésticas, pero a partir de la emergencia sanitaria para evitar el Covid-19, la mayoría perdió sus empleos. Como María Román cuyos jefes le dijeron que no podía continuar laborando por causa de la pandemia. “Aún así, ellos mencionaron que viendo cómo les iba en su economía me volverían a contratar, pero lo más seguro es que no porque están sin trabajo”, expresa.
Tiene 35 años y es madre cabeza de familia. Con lo que ganaba les daba estudio a sus tres hijas. Como se quedó sin trabajo se vio en la necesidad de gastar todos sus ahorros. Ahora intentan subsistir por medio de las contribuciones de algunas personas solidarias que llegan al barrio. Sueña con encontrar un trabajo o emprender en su propio negocio cuando termine la cuarentena. Tiene varias ideas, pero no el dinero suficiente para ponerlas en marcha. Por ejemplo, le gustaría montar una tienda de verduras, vender salchipapas o dedicarse a la crianza de pollos.
A pesar que la bandera roja de la explanada, es una gran bandera roja, no muchos han atendido a ese grito de auxilio. Es más, creo que muchos ni siquiera conocen que existe Tejar de Jericó, y los que han escuchado escuetamente sobre el barrio, ni siquiera saben dónde está ubicado. Sin embargo, hasta allí ha llegado el aporte de la Pastoral Social Cáritas- Loja y el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) que entregaron kits de alimentos. En una ocasión la Gobernación de Loja donó algunos víveres e incluso sus funcionarios estuvieron encuestando a las personas con la promesa de ofrecerles ayuda, “pero hasta la fecha no han regresado”, refiere López.
En el barrio existe un caso de Covid-19, dice López. La persona infectada se encuentra aislada y ha dejado de trabajar para cumplir con el aislamiento, lo que significa que por un tiempo dejará de llevar el sustento diario para sus hijos. Por ello, el morador motiva a las personas a mostrar su solidaridad con esta familia de escasos recursos. “Entre vecinos nos hemos organizado para ayudarlos siempre manteniendo los protocolos de seguridad, pero necesitan de nuestra ayuda”, expresa.
Víctor Emilio Valdivieso:
A simple vista es el barrio de las banderas rojas. Las hay por todas partes. Allí cientos de familias viven desde hace 23 años, cuando lograron obtener terrenos donados por el lojano Víctor Emilio Valdivieso para que puedan ser habitados por familias de escasos recursos, personas con discapacidad y madres solteras.


Este barrio, ubicado al sur occidente de Loja, es más conocido como Tierras Coloradas por el color rojizo de la tierra. En el lugar existen aproximadamente 2.290 personas que cuentan con todos los servicios básicos, pero que viven con marcadas limitaciones económicas. De acuerdo con un estudio de la Universidad Técnica Particular de Loja, el 70% de los habitantes del sector trabaja en diversos oficios, el 13% trabaja en albañilería, el 19% es comerciante informal y el 25% de madres de familia se dedica al empleo doméstico, lavandería o en sus viviendas. Los ingresos que perciben las familias fluctúan entre 150 y 300 dólares mensuales, pero en ocasiones obtienen mucho menos.
Marina trabajaba en quehaceres domésticos y por causa de la pandemia dejó de hacerlo. Aunque recibe 50 dólares del bono de desarrollo humano por discapacidad, considera que siempre serán insuficientes cuando se trata de subsistir con tres hijos.
Patricia es comerciante ambulante y aunque reconoce que la cuarentena ha cambiado radicalmente la vida de su familia, prefiere no lamentarse por nada. Su esposo trabaja en obras de albañilería, pero ahora con mucho menos frecuencia. Tienen dos hijos y viven en una casa de madera y zinc que le pertenece a su madre. Indica que hasta el barrio han llegado algunas personas solidarias con alimentos, pero no siempre las ayudas alcanzan para todos por la gran cantidad de familias que allí existen.
Los moradores no sólo deben saber sobrellevar una vida y un trabajo precario, también deben convivir con la pobreza, delincuencia, alcoholismo, drogadicción y violencia sexual e intrafamiliar. Problemas que existían mucho antes que la pandemia y para los cuales aún no han encontrado una vacuna definitiva. Y para variar, estas familias deben aprender a lidiar con la marginación y el estigma que les impuso la sociedad por vivir en un barrio que lleva por nombre Tierras Coloradas. Todo esto en el seno de una sociedad que se niega a abordar las problemáticas estructurales desde la realidad y la empatía.
Acciones solidarias
Pero no todo es precariedad. A raíz de la pandemia, también surgieron agrupaciones como el colectivo "Solidaridad" que se movilizaron para ayudar a cientos de familias necesitadas en Loja. El grupo realizó la primera entrega de alimentos y donaciones, el 22 de marzo de 2020, en el barrio Las Peñas. A la idea - que surgió de Aquiles y Boris Salinas de Ñaño Casa Museo - se sumaron más personas: Marco Romero, Lenin Padilla, Oscar Pineda, Vladimir Toledo, Claudia Jumbo, Andrea Ochoa, Cristhian Cango, Byron Vélez, Hermes Tenesaca.
Fueron más de dos meses de trabajo autogestionado que sirvieron para receptar la ayuda de cientos de personas solidarias que donaron víveres, ropa, colchones y otros artículos que fueron entregados a 1.350 familias en 52 barrios de la ciudad, así como en Malacatos y Catacocha.
Aquiles menciona que la campaña nació con la consigna de no dejar abandonadas a las personas que atravesaban momentos difíciles durante la pandemia. "En pleno naufragio fuimos esa pequeña boya de esperanza que surgió desde el mismo pueblo, sin un centavo del Estado o las empresas". El activista social dice que durante los recorridos descubrieron la pobreza, el abandono y la demagogia de las autoridades, pero también evidenciaron que "la masa solo espera recibir ayuda y aún no hay la predisposición para trabajar en comunidad, para generar una economía de ayuda mutua solidaria, sin tener que recurrir a la institucionalidad". Expresa que el 50% de las personas que clamaban por apoyo eran mujeres que crían a sus hijos solas; y el otro 50% eran vendedores informales, albañiles, empleadas domesticas y trabajadores de buses.
Asegura que actualmente reciben unas tres llamadas a la semana de hombres y mujeres solicitando alimentos. "Cuando empezó la cuarentena la gente lloraba pidiendo comida, estaban quebrados y desesperados, ahora ya no hay muchas llamadas, pero da temor que por falta de atención esas personas tomen una decisión equivocada", indica.
Por otra parte, los habitantes de la ciudadela Zamora se organizaron para ver de qué forma ayudaban a los vecinos que tenían banderas rojas en sus casas. Al evidenciar que en la ciudadela no existían esos casos decidieron ayudar a las familias de sectores aledaños. Con las donaciones receptadas pudieron entregar 37 kits de alimentos, juguetes y ropa para el barrio El Calvario. Luego, con el aporte de más personas lograron entregar 40 kits más. Pablo Correa, integrante de la directiva barrial, menciona que esta experiencia les dejó grandes aprendizajes, porque "pudimos abrir los ojos y darnos cuenta que no tenemos los problemas que tienen otros barrios, somos un sector privilegiado".
Pablo refiere que aunque ahora se perciben menos necesidades- por el hecho de que Loja pasó al semáforo amarillo y las actividades laborales se normalizaron- existen personas de otros sectores que están dispuestas a ayudar en la recolección alimentos para una tercera entrega.

Las personas que habitan en Tejar de Jericó, Tierras Coloradas, Menfis Central, Isidro Ayora, El Calvario y muchos barrios, más saben que una funda de pan o un kit de alimentos no solucionará el empobrecimiento o el déficit de vivienda, pero sí quizás el dilema cotidiano de quienes al acostarse no saben cómo conseguirán la comida del siguiente día. De hecho, si no fuera por las banderas rojas muchos ignoraríamos la existencia de madres, ancianos, niños y personas con discapacidad que viven muchas veces con hambre y frío, con fe y resignación, pero otras veces con justa rabia e indignación.
La razón de este texto no es causar lástima ni victimizar a los protagonistas de esta historia, sino interpelar al sentido común de la gente para que reconozcan que allá afuera, muy afuera de su zona de confort, existe un mundo que merece y busca justicia social, para que seamos capaces de preguntarnos lo mismo que Martín Caparrós: ¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?.
Cuando seamos capaces de cuestionar nuestros privilegios con justa sensatez y cuando seamos capaces de organizarnos colectivamente para tendernos la mano sin esperar nada de la seudopolítica, procuraremos que el derecho a una vida digna se convierta en una expresión de resistencia evocadas desde las periferias del mundo moderno, donde se transforman subterráneamente las conciencias de hombres y mujeres que construyen otros mundos, otros caminos para andar.




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